domingo, junio 08, 2014

UN TESTIMONIO DEL CARIÑO POR PENCO


La estación que recibió a tantos miles de visitantes y residentes pencones.
           Un señor de Santiago, que vivió su niñez en Penco, me dice que guarda los mejores recuerdos de nuestra ciudad: “Sacábamos camarones en el potrero donde hoy está la población Fech; nos colgábamos de los carros con azúcar que tiraba una locomotora pequeña de la Refinería en calle Talcahuano; comíamos cholguas asadas en latas que poníamos sobre los braseros. No he probado otras mejores desde entonces”.
       “Por eso, me sigue contando—después de haberme instalado en Santiago, con mi familia viajábamos a Penco para las vacaciones de verano. Estoy hablando de los años cincuenta. Nos íbamos en tren. Yo compraba los pasajes Alameda-Chillán. Y de ahí tomábamos la combinación a Penco, ese tren que iba por la costa (el ramal o el chillanejo). Nuestros hijos saltaban de felicidad cuando llegábamos. Lo primero que hacían era correr desde la estación hacia la playa. Se sacaban los zapatos e iban a mojarse los pies en el mar. Luego de eso, tomábamos las maletas y los bultos y nos íbamos para la casa”.
          La persona que me narra esta historia tiene una propiedad que heredó de su padre, un ex trabajador de la refinería, en el sector de La Ermita. Por eso, me dice que tomaban directo la calle Membrillar desde la estación y se iban subiendo la cuesta hasta su casa. Me cuenta también que su familia llegó a Penco desde Angol en los años cuarenta. Si bien el jefe de hogar tenía trabajo, carecían de un lugar donde vivir. Por eso, el padre se acercó a la iglesia católica local, le planteó su necesidad y ésta le donó un pequeño terreno a pasos de la Ermita, por Membrillar. Emparejaron el suelo que estaba en una falda y construyeron. A esa casa venía a veranear quien me contó esta historia. Hoy en día la propiedad sigue ahí y muy a lo lejos sus hijos –esos niños de entonces que se mojaban los pies en el mar—van a Penco para visitarla para incorporarle mejoras. 
          Aquellos fueron años tan agradables en Penco que sus hijos al parecer no están dispuestos a deshacerse de ese evocador enclave pencón, propiedad de la familia por setenta años.

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