lunes, octubre 13, 2014

UN VIAJE EN BICI QUE FUE UNA "MALURA" DE CABEZA

La palabra "malura" no es reconocida por la RAE, sin embargo la expresión "malura de cabeza" se la empleaba en Penco para significar "eso es totalmente descabellado".
Numerosos son los riesgos a que se expone un ciclista de noche en un camino rural.

Hay gente que concibe ideas estrafalarias, excéntricas y sin sentido práctico. El problema se presenta cuando obstinadamente esas personas deciden ponerlas en acción sin un filtro, sin atender la opinión de otros. Locuras de tono menor, maluras de cabeza. La que narraré a continuación es una de ellas.
El vecino que vivía en la calle Infante trabajaba como obrero en Fanaloza. Su aspiración de siempre fue comprarse una bicicleta hasta que adquirió una de segunda mano. La bici estaba en buen estado, de media pista, marca Legnano (una buena marca de entonces), con cambios de velocidades, luz  delantera y un pequeño farol rojo en el tapabarros posterior. Tenía un dínamo ajustable a la rueda para generar electricidad durante la marcha y encender las luces, asiento de carrera, un candado para trabar la rueda trasera a modo de seguro y un par de pinzas de acero para ajustar la bastilla del pantalón.
Eran tiempos en que el ciclismo hacía furor. Había nombres de cultores famosos de ese deporte en Concepción, los hermanos Mellado, por ejemplo. Se decía que ellos eran secos en batir distancias y en lograr velocidades cercanas a las de un auto. Nadie en Concepción y sus alrededores tenía equipos técnicos de apoyo como ellos. Los Mellado eran una leyenda. Y esos nombres rebotaban en Penco. Jóvenes en bicicleta querían ser como los Mellado y los imitaban, enchulando las suyas. La gente anhelaba andar en bici, pero eran muy caras. A falta de una propia, en Penco había dos lugares donde arrendarlas por horas. O sea, por pocas monedas uno podía andar en bicicleta una tarde entera.
Vuelvo sobre la historia del vecino. A la semana de tener su bici y de estrenarla en todas las calles y caminos aledaños a Penco y Lirquén, él quiso poner a prueba sus propias capacidades de ciclista. Si los Mellado pueden, dijo, ¿por qué no podría yo? Y fue así como una noche, con algunas copas en el cuerpo, le dijo a su mujer: “Me voy a Copiulemu en bicicleta”. ¿Por qué Copiulemu? le pudo haber preguntado ella. “Porque iré a ver a mis parientes de ahí, hace muchos años que no sé de ellos y quiero darles una sorpresa”. (Argumento válido).
Ciclista casi invisible en medio de la noche observado desde un automóvil.
La mujer apeló a todos los consejos posibles para hacerlo desistir del intento. Pero, no pudo. El hombre bastante cufifo subió a su bici y salió pedaleando por Infante para tomar calle Freire. Le faltaban 60 kilómetros para alcanzar la meta autoimpuesta. No llevaba ningún elemento de protección, ni siquiera una botella con agua. Era la medianoche, la ciudad dormía y ni un alma caminaba por las calles ya a esa hora. El obrero se había planteado un desafío, conseguiría llegar a destino esa misma noche. El primer problema se le planteó en la subida de la refinería, porque la cuesta es larga. También se dio cuenta que el dínamo rosando la rueda hacía el desplazamiento más forzado. Tuvo que bajarse y ascender la cuesta caminando. En la población Desiderio Guzmán pudo continuar pedaleando. Mantuvo el ritmo y por Cosmito pasó como una exhalación. Ya se le había ido la mona. Cruzó el puente viejo del Andalién  y entró en la adoquinada calle Camilo Henríquez, de Concepción. Se anduvo asustando cuando pasó frente al cerro La Pólvora, puesto que era más de la una de la madrugada y por allí solían andar patos malos.  Dobló por Baquedano hasta la Plaza Acevedo. Y de ahí prosiguió por Puchacay. A esa hora no había ni un solo bar abierto para pegarse un copete que le diera ánimo. A esas alturas más que el deseo de llegar a Copiulemu comenzaba a primar en él el deseo por volver a su casa. Pero, su compromiso personal era más fuerte. La avenida Puchacay entonces también era peligrosa por los maleantes. Nuestro hombre sabía eso. Pedaleaba firme y pálido rogando no encontrarse con ningún bandido o una pandilla en medio de la calle. Salió por Palomares y tomó a ruta a Chaimávida. Cero problemas. Pasó por Chaimávida dos horas después de salir de Penco. Y de ahí en adelante la cosa se pudo color de hormiga, porque cuando tomó el camino a Cabrero sólo había subidas. Él no las recordaba porque cuando había viajado de visita a Copiulemu lo había hecho en micro. Pero, ahora era distinto. Dos horas después fatigado de tanto caminar, empujar la bici y subir cuestas y con la luz del alba encima, llegó por fin a Copiulemu. No había nadie esperándolo. Sus parientes todavía estaban durmiendo. Tuvo que matar tiempo en una plazoleta hasta que la gente se levantara. Afortunadamente el desayuno fue contundente y después, muerto de sueño, a dormir. No sabemos qué mentira dijo para justificar ese desafío de hacer el tramo Penco-Copiulemu en bici y en la noche. O sea, se expuso a riesgos, a una caída, a una pana, a un asalto sin contar que dejaba a su familia con el alma en un hilo. Después de pasar el día en Copiulemu regresó a Penco en micro. La bicicleta la iría a buscar al mes siguiente, cuando tuviera dos días de feriado. Había cumplido la hazaña. Claro que no sirvió de nada, porque nadie se interesó en saber detalles de este viaje. Como decía, al principio, hay ideas excéntricas que al ponerlas en práctica resultan aún más ridículas. Lo bueno es que no perjudican a nadie. Por fin nuestro vecino entró en sus cabales y no volvió a intentar romper otra marca para superar a los Mellado. 

1 comentario:

Nelson Palma dijo...

He recibido el siguiente mail:

Gracias Nelson,

Sólo quería comentar el artículo del ciclista, ya que en Alcázar 342 (Penco),había otro ciclista loco que cuando se pasaba de copas tomaba su "chancha" que mantenía como una joya y se las emplumaba para Chaimávida no importando la hora.
Nunca me perdonó y con razón, que se la vendiera para pagar la matrícula a la Universidad, aunque con el paso de los años me confesó su orgullo por su hija profesional.
Gracias por los recuerdos,
un abrazo.
Rosa Aqueveque Rifo
Santiago
Chile