martes, noviembre 11, 2014

EN PENCO, COMBOS IBAN Y COMBOS VENÍAN

Imagen de referencia de una riña callejera tomada de www.fmlider941.com.ar
     Estudiosos del cuerpo humano concluyeron en una investigación reciente que la naturaleza diseñó las manos para que sirvieran también para golpear. Sin embargo, sin que hubiera existido ese estudio sabíamos perfectamente que nuestras manos ¡golpean! Y en Penco muchos lo han experimentado.
         Durante mediados del siglo pasado, era común presenciar riñas callejeras en cualquiera esquina de Penco. Los hombres mayores se trenzaban a golpes, los niños se pegaban rodando abrazados por el suelo. Los jóvenes armaban peleas en las fiestas. No había reunión social de este tipo que no terminara en una riña o que registrara un par de peleas  como mínimo durante su desarrollo. Estas peleas las protagonizaban borrachos pero también hombres sobrios. Era lo normal.
        ¿Por qué esta conducta de discusiones mínimas y acciones rápidas? Puede que hubiera dos razones: ir a la justicia para aclarar alguna diferencia significaba esperar demasiado. La solución más breve, definir las cosas a los golpes. Se ganaba o se perdía. Sin embargo, ganador o perdedor terminaba con los ojos en tinta, un diente menos, camisas rotas, etc. Recuerdo que un contendiente en una riña le mordió una oreja a su contrincante y le arrancó parte del lóbulo. El afectado ganador en la disputa, lució por el resto de su vida el pedazo menos de oreja: cicatriz de guerra. Lo curioso era que –en este caso-- ambos trabajaban en Fanaloza, de modo que el hechor veía todos los días su “obra” en la cara de su  ex contrincante. Las diferencias se subsanaron después con brindis de pipeño, pero el desorejado no recuperó el pedazo de pabellón auditivo.
                                       LOS  HOMBRES ALFA
      La segunda razón pudo ser el machismo. Para ser un hombre alfa había que ganarse el renombre con los puños.
    Y los jóvenes, siempre más sensibles para estas cosas se enfrentaban a puñetes por el sólo hecho de haberse mirado mal. Las peleas se libraban tanto en las puertas de los lugares de las fiestas o adentro. Los púgiles pasaban mancornados entre la gente. Y en la pista de baile, parejas de enamorados le abrían cancha  a los peleadores como algo normal.
     Podría ser muy feo todo esto, pero había algo rescatable: eran peleas leales. Los contrincantes se golpeaban con los puños y arremangados. Si uno de ellos caía, el otro esperaba a que se parara y seguía la frisca.  No usaban armas. Los jóvenes en disputa se amenazaban mutuamente haciendo el gesto de un puño cerrado sobre la boca. “Cuando te pille”. Y se pillaban y ahí venían los golpes. De allí que no fuera extraño ver a circunspectos muchachos con corbata luciendo ojos en tinta por participar en alguna riña. A esa característica de los ojos golpeados también se le llamaba “brevas” o “paltas”. Nadie preguntaba quién había asestado el golpe, era de suponer, un adversario. Las “paltas” se disolvían con el paso de los días. Se necesitaban diez para que desaparecieran en su totalidad. Nadie podría estar oculto todo ese tiempo para no lucir “brevas”.
     Los niños imitando a los mayores también definían sus disputas golpeándose. La playa local era un lugar ideal para agarrarse a puñetes. Dependiendo del estado físico, los peleadores podían pasar una hora dándose. Si aclarar un asunto, responder a una ofensa o algo parecido era demasiado urgente, los combos y patadas salían a la palestra en los patios de las escuelas, los contrincantes no alcanzaban a llegar a la arena. Recuerdo que alumnos peleadores fueron castigados por profesores con anotaciones o citas de apoderados. Pero, esas medidas disciplinarias no cambiaron la tendencia a los golpes certeros.
                                          MUJERES PELEADORAS
     Las mujeres penconas tampoco le hacían el quite a las riñas. Parecía que las de Lirquén eran las más bravas. Se sujetaban del pelo y se propinaban puñetes en el suelo. Sin embargo, si podían se agredían con piedras y elementos contundentes. Ésa era una diferencia con las pendencias masculinas. Y en el caso de ellas, las disputas terminaban en el juzgado local con gritos, insultos y nuevas amenazas.
   Y entre hombres ¿cómo terminaban estos episodios de uno contra el otro? Si la pelea era desigual y nadie intervenía en favor del damnificado, éste último desde el suelo y todo revolcado tenía derecho a pedir clemencia. “Ya, está bueno, no me pegues más” vi y oí decir a un hombre con su cara llena de sangre. Hasta ahí llegó la pateadura…
    El reciente descubrimiento científico que las manos sirven para golpear porque están diseñadas para eso, en Penco lo teníamos clarito desde mucho antes. 

No hay comentarios.: