martes, junio 16, 2015

UN INCENDIO DESTRUYÓ LA MEJOR ESCUELA DE PENCO EN 1955

El señor Amulio Leyton, director de la escuela N°31 y el profesor Guillermo Novic.
Una noche de julio, en plenas vacaciones de invierno de 1955, la escuela N°31 de Penco, ubicada en calle Freire donde hoy está el gimnasio municipal, ardió por sus cuatro costados. La construcción de madera se consumió como una hojarasca pese a los esfuerzos desplegados  por los voluntarios de las dos compañías de bomberos de la ciudad. Se dijo que el fuego se inició en una carnicería que funcionaba al lado. En el silencio de la noche, sin que nadie pudiera intervenir el siniestro cobró la fuerza para hacerse incontrolable.  A la mañana siguiente de la escuela no quedaba nada. La espesa nube de humo fruto del incendio inundó las calles penconas durante horas antes de disiparse.
El edificio de madera era un lujo en Penco, construido luego del terremoto de 1939, correspondía a una escuela tipo, de primera clase según la certificación educacional de la época. Había varias parecidas en la provincia edificadas en madera nativa y techo de dos aguas recubierto de planchas de asbesto-cemento que seguían el mismo patrón arquitectónico. La construcción de una planta se desplegaba en forma paralela a la calle Freire con frontis hacia el callejón del mercado. Allí había una plataforma de cemento con varios escalones por donde se ingresaba al establecimiento. En un mástil blanco al lado derecho ondeaba la bandera en los días de fiesta de identidad nacional.
Un par de páginas de mi cuaderno de vida del tercer año en la escuela N° 31 (1955).
Las salas estaban hacia el lado de la calle y hacia el costado poniente, separadas por un ancho pasillo central, donde los alumnos correteaban en los recreos lluviosos. Cuando sonaba la campana, los estudiantes salían a la carrera hacia a ese patio interior de piso de madera. Si no llovía, todos se iban al espacio abierto y protegido que se abría hacia el poniente. La campana llamaba nuevamente a clases y los alumnos ingresaban a sus salas pasando por ese espacioso pasillo de madera.
Entre mis bártulos encontré un cuaderno (de vida de los llamaba entonces) de ese mismo año, 1955, cuando cursaba el tercero básico. Entre sus páginas hallé la lista borrosa de los profesores de entonces de esa escuela. Hoy con la ayuda de mi amigo y ex profesor, señor Leyton, logramos reconstruir el “staff” del plantel desaparecido:
Parecido a éste eran los bancos de esa escuela.
Director, señor Amulio Francisco Leyton García; sub director, señor Miguel González Gutiérrez; profesora del primer año A, señora Norma Meza Rubio; profesora del primer año B, señora Ernestina Cea Basaletti; profesor del primer año C, señor Héctor Espinoza Viveros; profesora del segundo año A, señora Eliana Vásquez Godoy; profesora del segundo año B, señora Mary Baquerizo Fritz; profesora del segundo año C, señora Olga Neira Pezoa; profesora del tercer año A, señorita Gladys Fernández Román; profesora del tercer año B, señorita Teresa de Gregorio Sagredo; profesora del cuarto año A, señora Irene García Escobar; profesora del cuarto año B, señorita Alicia Rocha Martínez;  profesor del quinto año A, señor Servio Leyton García; profesor del quinto año B, señor Guillermo Novic Torres; profesor del sexto año A, señor Jorge Bustos Lagos; y profesor del sexto año B, señor Rosauro Montero Henríquez.
La escuela N° 31 tenía alrededor de quinientos alumnos varones y trabajaba a media jornada por lo que también cobijaba a la escuela N° 32 de niñas, que suponemos tenía un número parecido de alumnas. Luego del incendio se hicieron los ajustes de emergencia y prácticamente todo el colegio trasladó sus actividades a la escuela N° 69, situada dentro del recinto de la Refinería.
El señor Servio Leyton, ex profesor de la esc. N°31; su esposa Valentina Castro, también profesora; y el autor de esta nota en foto reciente.
El incendio de la escuela N° 31 (y N° 32) fue un episodio desolador en la historia de la educación en Penco. Escenas de gran tristeza se observaron durante el incendio mismo, alumnas lloraban a gritos aferradas de sus madres, al observar la acción devastadora del fuego. Al día siguiente, los alumnos mayores escarbaban en las cenizas en la esperanza de recuperar trabajos o pertenencias dejadas antes de irse de vacaciones.  El impacto en la comunidad local fue fuerte, cambió los hábitos, muchos padres enviaron a sus hijos a estudiar en Concepción. Al año siguiente se construyeron salas de emergencia y el solar de la antigua escuela fue convertida en una cancha de básquetbol.  Después el establecimiento adoptó el número 90 y con el tiempo, el espacio escolar dio paso al gimnasio que conocemos en la actualidad.    

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