miércoles, julio 15, 2015

PENCO TUVO BARRIOS CON SABOR A FAMILIA

Algunos miembros del barrio de los pabellones de emergencia durante la celebración de un bautizo en 1951: Atrás de sombrero don Eleuterio Riquelme, don Baldomero Ortiz, la niña María Angélica Ortiz, la señora Flor Poblete, la señora Elisa Montoya, madre de la señora María Ortiz Montoya; en segunda fila de izquierda a derecha: Nicolás (Kiko) Constanzo, Juanita Ortiz, la señora María Ortiz, la niña Cecilia Ortiz; Humberto Valderrama. En primera fila: Jaime Ortiz, Roberto Contreras, Miguel Ortiz, Maruja Contreras y Fernando Contreras. (FOTO captada por don José Riquelme y cedida a este blog por Andrés Urrutia Riquelme).
          Los barrios de Penco tenían identidad.  Más aún, quienes pertenecían a uno de ellos sentía a sus miembros como parte de su familia. La gente de los barrios no temía a la soledad. Se socorrían en los momentos malos y hacían causa común con el afectado en algún trance. Del mismo modo, si había algo que celebrar, la fiesta era de todos. Si se trataba de una exclusividad de comida, se repartían pequeñas porciones. Era común ver platos cubiertos por servilletas yendo de aquí para allá, de allá para acá. Esos platos llevaban sopaipillas, empanadas fritas o algún guiso especial preparado por una dueña de casa. La cantidad no era mucha, decíamos, porque este intercambio o regalo era sólo “para probar”, como se decía entonces. La generosidad recíproca entre los componentes del barrio fue una de sus características más importantes.
          No nos hemos referido al gran barrio, a ese que cubría mucha superficie, sino al vecindario ahí donde se generaba este micro clima de amistad y solidaridad. En estos vecindarios no había gente de mal vivir; por el contrario si bien modestos, sus habitantes expresaban dignidad y frente en alto. Gente trabajadora, empleados, obreros, artesanos, comerciantes, emprendedores. Y los niños del barrio guardaban respeto por sus padres y se sometían a una disciplina fuera de toda discusión. 
         La gente se visitaba en sus casas. Armaban reuniones informales, espontáneas para contarse historias. Compartían. El vecindario funcionaba bien, era un agrado vivir allí. Entre sus moradores había de todo: católicos, integrantes de sectas evangélicas, militantes  de partidos políticos, candidatos a algún cargo de elección popular en la alcaldía, alcaldes y regidores (concejales). Se organizaban paseos en conjunto, etc.
          Como en todo conglomerado humano estable había aquí pololeos, noviazgos, fiestas de matrimonio,  bautizos y funerales. Eso sí, todos los  miembros del vecindario estaban al tanto de todo. Las noticias buenas y malas corrían como empujadas por el viento.
             Los barrios más conocidos: Playa Negra, el alto de Villarrica, Gente de Mar, Membrillar, los zepelines (Lirquén), etc. Pero, los micro barrios eran, por ejemplo, los pabellones, llamados de emergencia porque se construyeron en 1940 luego del terremoto de Chillán y que tuvieron una vida de treinta años (Freire esquina Alcázar).  Lo cierto fue que de emergencia tenían poco porque reunían las condiciones y los servicios básicos para un buen vivir. Pues bien, los habitantes de ese micro barrio eran creativos: tenían un club de fútbol (Atlético de don José Riquelme),  hacían fiestas de la primavera con elección de reina y rey feo. Como parte de la naturaleza humana, los vecinos participaban tristes en velorios e iban al cementerio a despedir a algunos de sus integrantes idos.

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