jueves, mayo 19, 2016

OBREROS DE FANALOZA, EN LAS COMISIONES EXAMINADORAS



         De algún modo los profesores se las arreglaban para constituir las comisiones examinadoras. Apelaban al centro de padres, a otros docentes y a carabineros. Por eso, en los tiempos de la desaparecida escuela N° 31 en calle Freire en Penco, esas comisiones tenían un aspecto solemne. El profesor ordenaba cinco o seis sillas junto al pizarrón enfrentando a los estudiantes y a la hora del examen, los examinadores ingresaban en silencio y tomaban ubicación. Se generaba un clima de gran respeto, aunque muchos de los examinados reconocían a su papá, mamá, tío o vecino integrando la aparentemente severa comisión. Demás está decir que los examinadores permanecían allí muy serios mirando a los niños. El silencio era impresionante y el ambiente, como para cortarlo con cuchillo. 

    Y, a continuación, el profesor rompía el hielo saludando a los integrantes de la comisión y en seguida se dirigía a los examinados para iniciar la ronda de preguntas: “A ver, Juan Pérez, ¿dónde nació Bernardo O’Higgins?”. “En Chillán, señor”. Los integrantes de la comisión se miraban entre sí y sonreían por lo acertado de la respuesta. “Tú, Gonzalo Améstica, ¿cuánto es 7 x 8?” “56, señor”. Algunos de los examinadores levantaban la vista al cielo raso como sacando cuentas y asegurarse que la respuesta era correcta. “Muy bien, Améstica", afirmaba el profesor. A su vez, la comisión aprobaba… Y así seguía la serie de preguntas ordenadas por materias. El examen no duraba mucho rato, tal vez media hora. Luego, la comisión se retiraba en medio de los aplausos de los alumnos. En la sala de profesores los esperaba un café y unas galletas y eso era todo. 

       Me detengo en la comisión, antes de terminar este post. Sus integrantes eran personas del pueblo que acudían a invitación de los profesores a esta cita con mucho respeto y con sus mejores tenidas. Muy bien rasurados y peinados los varones, con ternos planchados, con corbata; ellas, con sus vestidos y zapatos oscuros de medio taco, moños o peinados; los uniformados lucían sus zapatos más lustrados que lo habitual. Pero, era gente común, simplemente trabajadores. Esas comisiones no venían del mundo académico, sino del diario vivir. En más de una ocasión descubrí entre los examinadores a obreros de Fanaloza, pero se veían distintos, con otro estatus, como debía ser. Era curioso ver sus caras serias, conscientes que estaban participando de una actividad de nivel superior a la rutina. Ellos y ellas disfrutaban de haber sido nominados y citados para testimoniar un examen. Visto en perspectiva, la comisión examinadora fue una instancia social, de consideración y reconocimiento de los profesores de Penco para con la población local mayormente obrera.   

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