lunes, agosto 01, 2016

CALLE ALCÁZAR DE PENCO, ESCENARIO DE MITO, REALIDAD Y SUBJETIVIDAD

Calle Alcázar esquina de Cochrane.

          Su sólo nombre hace de la calle Alcázar, un lugar distinto, subjetivamente, del resto de las calles de Penco. Es un nombre con ancestros españoles que evoca esos imponentes castillos fortificados como el de Toledo, el de Sevilla o el de Madrid, hoy en día este último convertido en el Palacio Real. En consecuencia, el nombre Alcázar le otorga un toque de distinción a la calle, que seguramente sus vecinos no advierten. ¿Cuán distinta es ésa de las demás? Vista desde el mirador de Villarrica su trazado se prolonga directamente al mar, como si quisiera seguir más allá. Cuando era toda de tierra, un hilo de agua bajaba del cerro como una acequia cristalina que desaparecía tragado por un sumidero en la calle Freire. En verano los niños hacían diques controlados  para juntar una gran cantidad de agua donde hacían navegar botes hechos con la hojalata de los tarros de conserva. El problema se planteaba cuando terminado el juego, se procedía a desarmar el dique y la ola que bajaba anegaba la esquina de Freire, porque el sumidero era incapaz de absorber la enorme cantidad de flujo que llegaba de repente. Los escasos vehículos que entonces circulaban por esa esquina hacían el resto, pasaban rápido lanzando baldadas de agua a los transeúntes…
El Alcázar de Toledo visto desde el sector de "los cigarrales",
al otro lado del río Tajo.
          Otra originalidad de Alcázar era que por allí pasaban los arreos de animales que iban al matadero de Infante. Los vecinos tenían que estar muy atentos a cerrar sus puertas y llamar a los niños porque los vacunos corrían en tropel por todo el ancho de la calle azuzados por jinetes picana en ristre. Guardando las proporciones, tantos animales cornudos trotando por allí hacían recordar las corridas de San Fermín.
        Todos estos eventos ocurrían en el sentido de cerro a mar. Muchas veces hombres huraños que se hacían pasar por locos, o que la gente los identificaba como tales, iban corriendo calle abajo y diciendo maluras de cabeza o profiriendo gritos ininteligibles. Cosas de calle Alcázar.
ARRIBA:Alcázar al llegar a la línea del ferrocarril. ABAJO: la misma calle
con vista en ángulo opuesto.

              En otras ocasiones, la calle se cerraba para permitir carreras de caballos a la chilena. Se congregaba tal cantidad de gente, proveniente de todas partes, inclusive de fuera de Penco para las apuestas, que nadie podía circular como en un día normal por allí. Jinetes que se caían de sus cabalgaduras en plena competencia, que se rompían la cabeza o las costillas, eran parte de los incidentes que deparaban estas pruebas de caballería.
              La alcurnia del nombre de la calle quedaba algo mancillada cuando pasaba la perrera, un camión cerrado con mallas de alambre, de los servicios de salud,  recogiendo perros vagos y perros con dueños, sin distinción, para limpiar la ciudad de quiltros callejeros. Se armaban auténticos escándalos por la gente iracunda que salía corriendo detrás de ese vehículo porque los funcionarios habían capturado a tal o cual perro. Todos con nombres, por cierto. «¡Suelten al Boby; suelten al Recuerdo; se llevaron al Oso!» Los gritos e improperios se confundían con los ladridos de los perros enjaulados pechando por escapar y los ay, de los funcionarios alcanzados por un tarascón perruno o por un golpe furioso. Tenían que protegerse de los palos y de las piedras de los moradores afectados. En una oportunidad de esas temidas cacerías me contaron que mi propio perro había caído en las redes de los perreros y que se les escapó, seguramente, porque era astuto, pequeño y vivaz. Lindo mi Kazán. Cuando la perrera se alejaba, se alejaban también los ladridos, pero quedaban las lamentaciones por la incapacidad de los funcionarios para discriminar entre los animales con propietarios y los vagabundos. Fueron pocas las veces en que pasó la perrera cumpliendo su ingrata labor de retirar cánidos de la vía pública. Esta práctica dejó de cumplirse en los años cincuenta.
Sector de Alcázar donde los niños contenían con diques de tierra,
el agua que bajaba por la acequia.

           En algunos días de noviembre, la calle se cerraba con motivo de la procesión de la Virgen del Carmen. Pero, el cierre era distinto, porque la gente hacía arcos de flores y de ramas o escenificaba cuadros vivos en las veredas frente a sus casas alusivos a algún episodio bíblico en honor y respeto a la celebración. Del otro lado, las tardes de los sábado, por Alcázar iban los evangélicos entonando cánticos y ejecutando sus instrumentos:

acordeones, guitarras, mandolinas, panderetas. 
Se detenían en la esquina de Freire, lugar predilecto donde uno de los participantes decía la prédica a través de un bocina de hojalata de forma cónica, a modo de megáfono, que sostenía por una asa. Hablaba por la parte angosta de ese embudo con boquilla donde el orador apoyaba su boca que facilitaba la vocalización y la amplificación que se lograba con este recurso era bastante eficaz. Al poco rato el desfile continuaba al ritmo de los himnos en dirección a sus iglesias y cultos.
Otro aspecto de esa calle pencona en el sector de la población Perú.
          Antes que se edificara la población Perú, siempre por el lado de Alcázar se instalaban las ramadas para Fiestas Patrias.  Los vecinos sentían las cuecas hasta altas horas. Afortunadamente entonces los sistemas de altavoces no eran tan potentes. Y en el verano, en ese mismo espacio se presentaban los circos que visitaban Penco con frecuencia. Para convocar al público, la banda circense daba serenatas toda la tarde en la esquina de Alcázar y Freire.
Un aspecto de la procesión de la Virgen del Carmen 2018 avanzando por Alcázar.
          Para el gran terremoto del 22 de mayo de 1960, la voz de alarma «¡se viene saliendo el mar!» convirtió a la calle Alcázar en un hervidero de gente arrancando por la calzada polvorienta con el fin de alcanzar la escala ubicada al final que conduce a Villarrica. Aquella fue una estampida, que ya pocos recuerdan. Ocurrió alrededor de las 4 de la tarde, con un sol mortecino y un viento helado. Fue uno de los pocos episodios que en esa calle se desarrolló al revés, es decir, de mar a cerro.
          En ciertas noches de invierno, contaban algunos, en Alcázar ocurrían hechos espeluznantes, como el paso de carrozas mortuorias tiradas por caballos negros calle abajo conduciendo almas en pena con destino a ninguna parte. Nadie pudo presentar pruebas de un hecho tan disparatado como ése. Pero, igualmente permaneció en el relato oral y en el mito de antiguos vecinos de aquellos años que se entretenían narrando estos cuentos para acortar las noches sin televisión ni internet.
CALLE ALCÁZAR en los 50, década en que ocurrieron mayormente los hechos enunciados en nuestro relato. La imagen corresponde a la cuadra entre Las Heras y Freire. Al fondo se ve un par de techos de dos aguas, ésos eran los pabellones de emergencia. Al costado izquierdo de la calzada aparece una excavación —que permaneció abierta por muchos meses— para un ducto de alcantarillado. Foto publicada en el libro de Boris Márquez O.

 
El autor de esta nota, de espaldas a calle Alcázar, desde el mirador de Villarrica.
          Pero, en tiempos normales, Alcázar es una calle quieta, linda, simpática y valorada por su vecindario. Todos se conocen en esa particular vía pública pencona, muy orgullosa de su nombre. En este siglo XXI sin duda otros acontecimientos reales o ficticios llenarán de nuevas historias esa querida calle de nuestra infancia.
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POST SCRIPTUM: El nombre Alcázar en nuestro caso corresponde al nombre del oficial pencón Pedro Andrés de Alcázar, quien comandó la expedición auxiliadora de las Provincias Unidas del Río de La Plata (posteriormente Argentina) en 1811.    

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