viernes, agosto 12, 2016

CON CARBÓN VEGETAL COMBATÍAMOS EN PENCO LOS FRÍOS DE AGOSTO

El boquerón de una hornilla para fabricar carbón vegetal, hecha en el corte de un cerro.
Imagen captada cerca de Primer Agua.
          Aquellos inviernos eran bravos en Penco (y deben seguir siéndolo hoy). El mes de agosto tenía el ingrediente de sus sorpresivos aguaceros (hoy les llaman chubascos) e inclementes granizadas. La temperatura bajo cero convertía en escarcha las pozas formadas por la lluvia. Había que esperar el debilucho sol del mediodía para recuperar a medias el calor corporal. La piel del dorso de las manos se resquebrajaba hasta sangrar y los sabañones se instalaban en los lóbulos de las orejas. Tales eran los azotes secundarios del intenso frío pencón. Para combatirlo había que comprar carbón, combustible escaso para alimentar los braceros. 
       El carbón lo producían campesinos en los cerros de los alrededores. Las carretas de bueyes cargadas de sacos llenos bajaban por el camino de Villarrica, cuando éste lo permitía. Ello porque las lluvias removían la tierra roja arcillosa de la calzada desprovista de estabilizado y se formaban barriales infranqueables para esas carretas. Muchas se quedaban pegadas en el fango con los bueyes enterrados hasta la panza. Por eso algunos carreteros audaces tomaban atajos y se salían de la ruta cruzando montes para sortear las zonas en mal estado y poder continuar viaje a la ciudad.            La avidez por comprar era de tal magnitud en Penco que algunos especuladores iban a pie camino arriba para adquirir la carga completa y después lucrar vendiendo al menudeo a precios desmesurados. Cuántas dueñas de casa iban también más allá de Lomarjú a ver la posibilidad de comprar un saco y después cargarlo al hombro o a sobre la cabeza para llevarlo al hogar. El carbón tenía la virtud de formar brazas y luego de encendido en el exterior se podía trasladar a las habitaciones. 
        La mayoría de la gente desconocía los riegos del gas monóxido de carbono, que es venenoso y hasta mortal. Pero, el frío era más fuerte. La leña, que por necesidad se usaba como sustituto del carbón, tenía el inconveniente de echar demasiado humo. Por lo que había que hacer la fogata afuera, esperar a que se formaran brazas, escogerlas y luego llevarlas al interior.
             Sólo así, después de lidiar con todos estos inconvenientes, se podía capear en parte esa sensación de impotencia que genera la ausencia de calor. El inconveniente para las mujeres era que aquellas que permanecían mucho rato cerca del fuego les aparecían manchas rojas en las piernas, que el común de la gente llamaba “cabrillas”; muchas iban por la calle con sus medias luciendo sin querer aquellas manchitas rojizas. Era el costo colateral del frío en Penco. Sin embargo, la gracia de agosto era que la primavera estaba más cerca…     

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