lunes, julio 10, 2017

CENA «GOURMET» EN EL FUNDO LANDA

Foto referencial obtenida de www.fogonvirtualscout.com.
   La jefatura habló con don José Pérez, cuidador del fundo Landa, para que nos dejara entrar a ese campo, ubicado a la salida de Penco por el camino a Concepción, para actividades escautivas por veinticuatro horas. La autorización formal fue concedida por la Refinería, propietaria de ese predio así como del fundo Coihueco, Trinitarias y Cosmito. Cerca del mediodía de ese caluroso verano de 1957, unos veinte muchachos pertenecientes a la «Legrand», entramos marchando con nuestras mochilas, báculos, carpas, un par de trompetas, un tambor, un fondo con su tapa y otros pertrechos. Lo hicimos por la puerta que da al camino público, donde entonces había un letrero hecho de madera que decía «Fundo Landa». Luego de unos trescientos metros de caminata por una suave pendiente llegamos al lugar donde nos instalaríamos: un descampado perfectamente circular de una media hectárea. Alrededor había un bosque: pinos, eucaliptos y algunos árboles nativos. Antes de iniciar cualquiera acción, la jefatura nos advirtió de no encender fuego, que estaba autorizada sólo una fogata común en el centro de ese espacio circular, por lo que las carpas se levantarían en derredor.
   Una vez que el campamento estuvo armado,  los muchachos pudimos participar de las distintas actividades recreativas propias de un grupo scout. Hasta que vino la tarde y cayó la noche y con ella llegó el hambre. Afortunadamente, la cocina había funcionado muy bien gracias a la participación de tres diligentes scouts designados para esa labor. Estos nos habían solicitado temprano los alimentos no perecibles que incluía la lista de las cosas que había que traer de la casa. Demás está decir que cada cual llevaba lo suyo. Algunos traían porotos, otros garbanzos, los más habían llevado arroz. También se veía en la mesa de la cocina varias latas de salsas de tomates y los infaltables tallarines. Los cocineros picaron la cebolla, pelaron algunas papas y lavaron las verduras…
   A la hora de la cena, la comida estuvo lista. Para recibir la ración era necesario hacer una fila y llevar el plato y la cuchara. Esa noche a la lumbre de las llamas de la fogata, había expectación por la comida preparada nuestros compañeros. El jefe se acercó a los cocineros y conversó con ellos brevemente. Nosotros mirábamos a cierta distancia. Los encargados sacaron el fondo hirviendo del fuego y se dispusieron a repartir la comida. Pero, antes, el jefe pidió un aplauso a esos muchachos por la aplicación y el cariño que habían puesto en la preparación. Terminados los largos aplausos, el jefe les dijo a los cocineros que informaran  a la tropa de qué se trataba el plato de esa noche, especialidad de la casa…
      De los tres, el más chico entregó la esperada información: «Atención tropa de la ‘Legrand’, para esta noche de campamento los cocineros les hemos preparado un rico, un exquisito, un inigualable me-nes-trón», dijo el scout separando las sílabas y terminó así su corto informe en voz alta. Y comenzó el reparto de las porciones. ¿En qué consistía el mentado menestrón? Pues, que los cocineros echaron en el fondo todo el comestible reunido de la tropa al que le agregaron agua del estero Landa (muy limpia en esos años), lo cocieron por un par de horas, lo aliñaron y listo. Así cada plato reunía todo tipo de cereales y legumbres cocidas, tallarines, un caldo espeso y hartas verduras, cuyos detalles no se veían en la noche. Los jefes de patrulla informaron al final que nadie había comido nunca un menestrón tan delicioso como aquel. (Es lo que hace la fuerza del hambre).

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