domingo, septiembre 24, 2017

DECENAS DE JÓVENES ESTUDIABAN PARA SUS EXÁMENES EN LA PLAYA DE PENCO


     La enseñanza de entonces se basaba en la memoria, había que memorizar. El registro de lo leído debía quedar grabado en la cabeza. La educación exigía capacidad y rapidez de respuesta, lo más próximo posible a los textos originales. En aritmética, por ejemplo, había que saberse las tablas de multiplicar hasta la del doce. En estos entrenamientos para agilizar la memoria y obtener respuestas certeras a buena velocidad, el profesor usaba, a modo de ejemplo, una pelota. La dirigía hacia un alumno tal, lo nombraba, éste la atrapaba en el aire y venía la pregunta: “¡siete por ocho!”. Respuesta inmediata: “¡cincuenta y seis!”.  “Muy bien, López”, por ejemplo. Y el alumno López devolvía la pelota al profesor, quien a su vez la lanzaba en otra dirección. Y así.
     Ésas eran técnicas empleadas en la sala de clases para poner a prueba la memoria. Por tanto el alumno tenía que memorizar y conseguir que su cerebro diera respuestas automáticas. Por eso, hacia fin de año, cuando se acercaba la época de exámenes, los alumnos preocupados estudiaban en los lugares clásicos de Penco, en la plaza y en la playa. Para tal fin se levantaban muy temprano. Iban allí con sus cuadernos o sus libros y leían en voz alta, caminando. Era como recitar. Repetían lo leído, algunas veces a ojos cerrados o mirando al cielo.
     Como eran tantos los jóvenes que se veían en actitud de estudio, a veces pasaban muy cerca unos de otros así que era posible escuchar lo que hablaban para sí mismos en voz alta. Unos se acercaban a la orilla del mar y hacían dibujos sobre la arena húmeda de gráficas de partes del cuerpo humano para ensayar su capacidad de recordación. Algunos anotaban ecuaciones o los nombres de los elementos químicos de la tabla periódica. Los menos copiaban fórmulas físicas; más allá se veían grandes corazones con nombres y flechas atravesadas. Los jóvenes usaban la orilla, con su arena fina y mojada, como un pizarrón para verificar lo aprendido o dejar mensajes amorosos.
     Cuando el sol comenzaba a iluminar de lleno la playa, los estudiantes poco a poco se retiraban a sus domicilios, a tomar un desayuno. En la arena quedaban los dibujos de biología, las fórmulas y ecuaciones, las tablas periódicas, los corazones y los nombres de los enamorados; anotaciones que el suave oleaje de la marea pencona pacientemente se encargaba de borrar.

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